En la furtividad de lo que aun creíamos la noche, superada con creces el alba, nos hallaba la mañana, sorprendentemente temprana. Una persiana ¿tal vez lejana?. Olor a tostadas. El lorenzo, impaciente por imponer su presencia inesperada, nos golpeaba la cara, y nos dábamos cuenta, pero entonces ¿que importaba?
Esquivábamos las horas con destreza desatada y hablábamos, pausado el, yo casi excitada, ignorando la celeridad adyacente que amenazaba con salpicar nuestra calma.
Una farola, después otra, se apagaban.
Quedémonos, un rato mas. ¿Y que si se impacienta la mañana?...
Y, aquí, por primera vez, me besaba.
Sempre que torno a aquest lloc, amb ell, sento l'olor d'un matí qualsevol, sense nit, d'una vesprada infinita acotxant la lluna sota el llençol de l'albada.